- No, en realidad no lo sabía- había conseguido captar su atención dejándola tranquila antes, y ahora demostraba que era un tipo interesante. Sonrió para sí misma "Sigue por ahí y veremos a donde llegamos"se dijo.
El camarero tardó más de lo esperado en volver, y Gabriel lo agradeció en el alma. Sabía que tan sólo necesitaba una oportunidad de hacerla reir, al fin y al cabo era una chica, parecía inteligente y su sentido del humor era bastante particular. Por supuesto él no era consciente del análisis milimetrado que hacía a cada frase, como nadie lo es cuando coquetea. Eso es, estaba coqueteando... De pronto cayó en la cuenta y justo entonces llegó el bolso. Suspiró aliviado.
- Quizá querría acompañarme a dar una vuelta, no tengo por qué irme a casa ya mismo.- dijo coqueta.
- En realidad, Martina, ha sido un placer, pero debo volver, me esperan. Espero volver a verla en otra fiesta.
No entendía muy bien qué acababa de pasar, hasta hacía un momento juraría que estaba interesado en ella. Era oficial (desde hacía mucho) no era capaz de entender a los hombres. Abrigo en mano, bolso en hombro, cogió el ascensor y bajó los 21 pisos barajando la posibilidad de subir a verle de nuevo. En el segundo decidió irse directamente a casa. Los rascacielos de Manhattan tenían esa virtud: eran tan altos que de la azotea al bajo te daba tiempo a cambiar varias veces de parecer.
Gabriel se sentó en uno de los sofás de cuero negro, y se fijó por primera vez en el contraste de los trajes de chaqueta con el mármol blanco del suelo. Era como un collage, punteado de rojos, azules, negros y dorados con forma de mujeres más o menos agraciadas (la mayoría hay que decir que muy agraciadas) Se alegró de haber puesto en manos de Loretta la decoración del piso, sí, sin duda todo un acierto. ´
"Eres estúpido, no tenías que haberla dejado ir, te estaba ofreciendo LA oportunidad"
Se había bloqueado, como de costumbre. Sabía qué hacer, sabía cómo y hasta cuándo... siempre se había jactado de su buen manejo del sexo opuesto... hasta que llegó Frida y lo puso todo patas arriba. Una venezolana imponente, de carácter, emprendedora, perfecta. Perfecta hasta que decidió que sería mucho más feliz con un congresista. Y le dejó. Y desde entonces no había podido pasar de las buenas intenciones con otras chicas. No es que fuera el amor de su vida, pero le había metido inseguridad en el cuerpo, y no era fácil de asumir. Se consolaba pensando que no duraría eternamente el sentimiento de ridículo, y hacía que su mejor amigo se lo repitiera semana sí, semana no. Evidentemente no podía decirle a Martina "me encantas, pero en este momento estoy acomplejado, ¿esperarías por mí un tiempo breve?"
Por un momento recordó su perfume, sus ojos ahumados, sus manos con aquel precioso... ¡¡¡ANILLO!!! Se acabó, había perdido facultades, había intentado ligar con una mujer casada. Que le había seguido el rollo, sí, pero prefería no meterse en ese tipo de líos de faldas, que ya de por sí eran complicados como para meter a un marido cornudo de por medio.
- Te veo en baja forma, ¿ya no aguantas más, abuelo?- la sonrisa de Louis era extremadamente blanca junto a extremadamente negra. Sinceramente contagiosa.
- Vamos a divertirnos un rato más antes de que me retire a mis aposentos como buen anfitrión- dijo guiñando un ojo.
Unas horas después estaba en la cama aún con el esmoquin puesto.