VII.
Un año en Estados Unidos y aún no se hacía a la manera de ser de los americanos, tan patriotas y tan… americanos. No le gustaban los prejuicios, pero debía reconocer que la mayoría de las cosas que se mostraban en el cine y las series eran ciertas. Excepto lo de que todo el mundo era guapísimo y los finales eran siempre felices: la mayoría eran gente normal con destinos crueles (como el resto de la humanidad) La felicidad, como decía su padre, era aceptar la realidad y disfrutarla. Ella era de esas a las que les costaba aceptar. Pero no era infeliz.
Se levantó de la cama, estiró el edredón para evitar tentaciones, y fue directa a la ducha. Todo de diseño. “Se han portado” pensaba siempre que se metía en el baño. El hospital le había asignado un apartamento perfectamente amueblado (por una tal Loretta que debía de tener fama a nivel nacional, y ahora nación equivalía en tamaño a continente, así que debía ser buena) en una planta séptima, relativamente baja para lo que les solían pedir, al parecer. Pero era todo tan perfecto que tenía la sensación de que nunca podría llamar hogar a la decoración ZEN, y a la ducha con hidromasaje de líneas suaves. Era el perfecto escaparate de muebles de diseño. “Siendo tan impersonal, no te cansarás nunca” le decía Alina cuando hablaban por messenger.
Era sábado y no tenía guardia, pero había decidido acostumbrar a su cuerpo a una rutina, y las mañanas había que aprovecharlas. Cuando le ofrecieron el trabajo, se imaginó yendo a correr antes del trabajo, desayunando zumo de naranja mientras leía el periódico y esa clase de tópicos absurdos que en el fondo sabía que nunca llegaría a hacer. El teléfono la sacó de sus pensamientos. Salió del baño con el albornoz a medio abrochar y fue al salón.
- ¿Marina? Hola, soy Jess, ¿qué tal?
- Bien, acabo de levantarme y salía de la ducha, ¿y tú?
- Bien también. Oye, Michael tiene este fin de semana a las niñas, ¿quieres que hagamos algo? Podemos ir de compras.
- Pues tengo que estudiar un par de operaciones que tengo la semana q viene, si quieres ven a comer y luego vamos- contestó haciéndose un planning mental.
- Vale, sin problema. Oye, a las 5 he quedado para tomar un café con un amigo, no sé si le conocerías en fin de año, era el dueño de la casa, ¿te vienes?
- Depende de lo cansada que esté, ya lo vemos. Te espero para comer.
- Claro, adiós.
Un año en Estados Unidos y aún no se hacía a la manera de ser de los americanos, tan patriotas y tan… americanos. No le gustaban los prejuicios, pero debía reconocer que la mayoría de las cosas que se mostraban en el cine y las series eran ciertas. Excepto lo de que todo el mundo era guapísimo y los finales eran siempre felices: la mayoría eran gente normal con destinos crueles (como el resto de la humanidad) La felicidad, como decía su padre, era aceptar la realidad y disfrutarla. Ella era de esas a las que les costaba aceptar. Pero no era infeliz.
Se levantó de la cama, estiró el edredón para evitar tentaciones, y fue directa a la ducha. Todo de diseño. “Se han portado” pensaba siempre que se metía en el baño. El hospital le había asignado un apartamento perfectamente amueblado (por una tal Loretta que debía de tener fama a nivel nacional, y ahora nación equivalía en tamaño a continente, así que debía ser buena) en una planta séptima, relativamente baja para lo que les solían pedir, al parecer. Pero era todo tan perfecto que tenía la sensación de que nunca podría llamar hogar a la decoración ZEN, y a la ducha con hidromasaje de líneas suaves. Era el perfecto escaparate de muebles de diseño. “Siendo tan impersonal, no te cansarás nunca” le decía Alina cuando hablaban por messenger.
Era sábado y no tenía guardia, pero había decidido acostumbrar a su cuerpo a una rutina, y las mañanas había que aprovecharlas. Cuando le ofrecieron el trabajo, se imaginó yendo a correr antes del trabajo, desayunando zumo de naranja mientras leía el periódico y esa clase de tópicos absurdos que en el fondo sabía que nunca llegaría a hacer. El teléfono la sacó de sus pensamientos. Salió del baño con el albornoz a medio abrochar y fue al salón.
- ¿Marina? Hola, soy Jess, ¿qué tal?
- Bien, acabo de levantarme y salía de la ducha, ¿y tú?
- Bien también. Oye, Michael tiene este fin de semana a las niñas, ¿quieres que hagamos algo? Podemos ir de compras.
- Pues tengo que estudiar un par de operaciones que tengo la semana q viene, si quieres ven a comer y luego vamos- contestó haciéndose un planning mental.
- Vale, sin problema. Oye, a las 5 he quedado para tomar un café con un amigo, no sé si le conocerías en fin de año, era el dueño de la casa, ¿te vienes?
- Depende de lo cansada que esté, ya lo vemos. Te espero para comer.
- Claro, adiós.
Cuando colgó el teléfono fue a ordenar el cuarto de las niñas y su baño, era de las pocas ocasiones que tenía para recoger sin tenerlas dando brincos a su alrededor, y se agradecía algo de paz. No se consideraba una maniática, pero le gustaba tener las cosas ordenadas y limpias. Vivía sola desde los 16 años, trabajó de camarera para sacar dinero para la carrera, y estudió enfermería en una universidad poco conocida. Luego llegó Mike, revolucionó su vida, se mudaron a Manhattan y poco después se divorciaron porque él se acostó con su jefa para ascender en la empresa. Nunca pensó que el poder fuese así de corrosivo, y en realidad temía que se lo inculcara a sus pequeñas. “En realidad mejor así, mejor haberse dado cuenta antes, eso estaba dentro de él desde siempre y ahora al menos soy joven y no me hundiré por un capullo semejante. Sí, echo de menos tener a alguien a mi lado, pero no a él, no a una persona que valora más ser poderoso que amar solamente a su mujer… Porque yo era su mujer, maldita sea… Vale, Jessica, ya está bien. Ponte música mientras limpias, eso siempre lo ha hecho más sencillo todo.” Después de tirar por ella durante tantos años, había aprendido a relativizar y buscar algo que lo hiciera todo más fácil.
Encendió el portátil, puso los informes al lado, y colocó los subrayadores en orden, primero el amarillo que es el que más usaba. Al otro lado, unos folios y un lápiz para coger apuntes. Era todo un ritual, y le parecía hasta bonito cómo quedaba la mesa después de prepararlo todo (de hecho, alguna vez había sacado una foto) Tenía un espejo al fondo del salón, levantó la mirada y se sonrió. Los espejos hacían que se sintiera menos sola, aunque seguía notando la ausencia de alguien dando vida a su casa.
“Al tema” se dijo.
El sonido del aspirador le despertó. Le tenía dicho que no aspirara el piso si él estaba dormido… se sorprendió pensando “qué puede esperarse de una hispana” No, nunca caería en esos prejuicios, ¡su madre era agentina, por amor de dios! Además era la madre de Frida, y eso ya significaba algo (no sabía si bueno o malo). Se puso unos pantalones y fue a la cocina.
- Buenos días, Asunción.
- ¿Le desperté? Cuanto lo lamento, señor, pensé que si lo hacía despacito quizá no le despertaría.
- No importa, es una buena hora para levantarse un sábado…- “uno de los dos malditos días que no tengo que madrugar”
- Le hice café, señor, lo puse en el termo plateado para que no se enfriara, y el periódico está en el salón.- dijo sonriendo satisfecha. Una de las cosas que más le gustaban del patrón, es que con un café y una lectura, olvidaba los enojos. Además, hablaba con ella en español.
- Muchas gracias, estaré allí si necesita cualquier cosa.- era una buena mujer.
Fue al salón y se sentó frente a la cristalera en uno de los sillones bajitos. Nunca habría dicho que fuesen así de cómodos, eran un cuadrado blanco inclinado sobre una sola pata, le parecía increíble que se sostuvieran siquiera. Pero a estas horas, con su periódico, su café y sus preciosas vistas, no imaginaba ningún sitio mejor donde sentarse. Eran perfectos.
Comprobó la blackberry, hoy había quedado con Jessica Holmes a las 5 en Coffee+Sugar. No la veía desde Enero. La historia de esa chica sé que le llegaba al alma, y era tan íntegra, estaba tan entera, le parecía un milagro. “Y yo que lloro con los documentales” pensaba entre divertido y preocupado. Hizo memoria, la conocía desde… hacía ya tres años, al menos, el día de la fiesta de la empresa. Nunca se llevó especialmente bien con su marido, en realidad no le veía más que como uno de sus empleados. Pero ella le conquistó en seguida, tenía una mirada muy sabia, desde el primer momento le hubiese pedido consejo sobre cualquier cosa. Pero sabía que las relaciones humanas no funcionaban así, y que por mucho que sintiera ese tipo de cosas, dejarlas ver podía asustar a los desconocidos.
“Desplome en las bolsas de todo el mundo, bajada de los tipos de interés para intentar paliarlo, riesgo de subida de la inflación” leyó por encima. “Oh, oh”