domingo, 13 de enero de 2008

III

Lo había visto, y no aguantaba esa sensación, se sentía traicionada, peor, burlada sin ningún tipo de escrúpulos por la persona que más había querido en los últimos años, a la que le había entregado todo. Respiraba fuerte, aunque seguía detrás de la puerta entreabierta, no le importaba que notaran su presencia, pero era altamente improbable porque ellos respiraban aún más fuerte que ella, jadeaban, su respiración era exhausta y entrecortada, y cada minuto se hacía más fuerte, o al menos en su cabeza sí. No había cambiado la expresión de su cara, desde fuera nadie podría haber dicho que alguno de esos pensamientos se le pasara por la cabeza, no reflejaba angustia, ni pena, ni siquiera ira. Se dio la vuelta y fue hacia la cocina, cogió un cuchillo y se dirigió al dormitorio, todo con la naturalidad de alguien que lo hiciera cada día. Abrió la puerta sin pronunciar una sílaba y, para cuando se dieron cuenta, ya había comenzado a pasar el filo por la garganta de él… precisión de cirujana. Era poderosa, era mayor que ellos dos juntos, era superior, y desde luego él no merecía vivir. Conocía exactamente en qué lugares tenía que presionar más para seccionar los nervios que aportan sensibilidad, en qué lugares debía hacer más hincapié para que la sangre nunca más llegara a su cerebro. No sólo no quería que muriese, quería que sufriera. Impasible, como si fuese uno de sus pacientes.

La otra chica había salido de la cama como había podido, gritaba horrorizada en una esquina de la habitación, aún desnuda y cubierta de sangre.

Cuando hubo terminado con él, la obligó a entrar al baño con ella. Las persianas estaba cerradas, nadie la había visto entrar ni salir, llevaba puesta la bata del hospital y ni siquiera se manchó la ropa. Sería el crimen perfecto, en vez de matar a esa infeliz, haría que se pudriese en una cárcel cualquiera por un asesinato que no había cometido. Jugaba con ventaja, estaba tranquila y sabía exactamente qué hacer como si lo hubiera planeado con meses de antelación. En realidad se le estaba ocurriendo sobre la marcha, era su instinto el que manejaba sus actos, habría tenido ganas de sacarle el corazón. Cerró la puerta con cerrojo, lavó el cuchillo a conciencia y se lo entregó a la muchacha (¿cómo se llamaría?) Se encargó de que, sin que se diera cuenta porque estaba aún en estado de shock, todas sus huellas quedaran impresas. Luego lo cogió con cuidado y salió del baño para empaparlo de sangre y dejarlo como tirado desde la cama. Miró a su alrededor, no había pruebas de que hubiera estado allí, salvo la sangre de su bata. Lo único que podrían decir es que el corte era demasiado perfecto y que no podría haberse hecho desde abajo. Bien, diría que la encontró sobre él, como una amazona, cubierta de la sangre de su prometido mientras éste agonizaba.

Se giró y la miró a los ojos, nunca había visto tanto miedo concentrado en dos puntos.
- Tú… Ponte encima de él, a horcajadas- la chica ahogó un grito de espanto.- Ya mismo, por favor.
Su tono era suave, hasta educado, un poco metálico, pero suave.
En ese momento estaban en igualdad de condiciones, ninguna tenía arma, pero ella sabía que tenía el control. Cuando la chica se hubo puesto así, Martina se dio la vuelta, se quitó la bata, y fue a la cocina a guardarla en una bolsa de plástico. Descolgó el teléfono y llamó a la policía. Procuró hablar con muchas pausas, no varió el tono de voz, pero controló la velocidad de sus palabras.

Metió la bolsa de plástico en el bolso grande que solía llevar a trabajar, y bajó al portal a esperar a la policía. No sabía qué iba a pasar, pero tenía claras dos cosas: no se arrepentía, y no sospecharían que había sido ella.


Una vez en la calle, llamó a Beltrán para contárselo. Obviamente no la verdad, podrían grabar la llamada, eso se lo contaría más tarde. “Dani… ha muerto… degollado… lo encontré con su amante en el dormitorio…” le dijo. Eso bastó para que Beltrán saliera por la puerta de su despacho, dejara a la secretaria instrucciones para aplazar todo lo de ese día y el siguiente y le pidiera a su socio que se encargara él de los dos juicios de la tarde.
Cuando llegó, Martina aún no había derramado una lágrima, estaba hablando abajo con uno de los policías, con su bolso en el brazo. Esperaba encontrarla presa de un ataque de nervios “Nunca se sabe cómo reaccionará la gente ante esto, ella aún está asumiéndolo” le dijo un policía al acercarse.
La tomó por el brazo:
-Vamos a mi casa, la policía me ha dicho que no tienes por qué estar allí- susurró
Entonces salió la chica sin nombre, cubierta con un albornoz y gritando como una histérica. “¡No, ella no!” chilló al verla. Beltrán cerró la puerta del copiloto antes de que pudiera pronunciar nada más. Mientras daba la vuelta para sentarse al volante, una idea que enseguida desechó le vino a la mente “Parece que la víctima sea la chiquilla esa”


Martina se miró en el espejo… de su boca sólo salió un grito que bien pudo haber sido un rugido. Salió todo el odio, la ira, la venganza y la rabia, y como la caja de Pandora, cerró los labios sin dejar salir a la culpabilidad. “¡Martina!” dijo Beltrán entrando por la puerta del baño al ver el espejo roto y su puño sangrando. La abrazó, y mientras comenzaba a llorar, ella fue consciente de lo que había hecho.